Internet en los noventa eran un lugar muy diferente. La red todavía estaba prácticamente vacía y la mayoría no sospechaba, ni de lejos, cómo les iba a cambiar la vida en un futuro cercano. En aquel entonces, antes del 2.0 y de las redes sociales, antes de Google y de YouTube, la forma más sencilla de obtener respuestas era preguntar en el chat apropiado. No, tampoco existía Yahoo! Respuestas, sólo los webrings y sí… la página web de Space Jam.
Conocer a personas mediante un ordenador era algo extraordinario y especial. De repente se había abierto una nueva dimensión en el plano social del día a día: tenías la posibilidad de pasar horas y horas hablando con alguien con tus mismas inquietudes de ese tema que tanto te interesaba. Conectar con otra gente como tú de una forma tan libre y casual construía un mágico puente entre la monótona realidad, donde nadie hablaba sobre hacer música, gráficos, etc. con un ordenador, y un excitante mundo virtual. Era un territorio en el que no existían mapas, distancias ni horarios. Era (leer con voz de programa de investigación de Antena 3) el indómito e inexplorado ciberespacio.
El impacto que tuvo en mi generación esta especie de despertar social tecnológico está fuera de toda duda, y en lo personal me marcó muchísimo. Siendo sólo un adolescente, tenía la oportunidad de aprender muchísimas cosas con otras personas que estaban por todas partes del mundo y cuyo sueño, a pesar de las diferencias de edad y culturales, era el mismo que el mío: hacer música para videojuegos. Durante años nos reuníamos en los mismos rincones de internet, en las mismas salas de los mismos servidores. Al principio apenas me apañaba con el inglés, pero fui aprendiendo y las puertas se fueron abriendo poco a poco. Inventábamos, competíamos y, sobre todo, nos divertíamos.
Un día cualquiera, no hace tanto tiempo, alguien en una de esas salas compartió un archivo .jpeg. Era la foto de un diploma. Ponía algo así como “En reconocimiento a xxxxxx, por hacer la música de todos los juegos de la Global Game Jam 2012 en la sede de xxxxx.” El documento estaba repleto de firmas de todos los asistentes como recuerdo y transmitía el sentimiento de un último día de campamento de verano. ¿Qué es eso de una game jam? Busqué un poco y pensé “guau…¡me encantaría participar en un evento así algún día!”. No le di más importancia al asunto en el momento, dando por hecho que difícilmente habría una jam en Sevilla, pero de alguna forma ese archivo .jpeg fue una primera, mínima, semillita de interés.
Haciendo fast forward un año hacia adelante desde ese momento, estábamos Isaac, su socio Carlos y yo, en una plaza cualquiera del centro histórico de Sevilla. Hablábamos un poco nerviosos, con ese gusanillo parecido al que se tiene antes de una primera cita. Era justo la noche previa a la primera edición de nuestra veterana Familiar Game Jam. Isaac y Carlos se habían conocido también por internet hacía apenas un año. Estaban en pleno lanzamiento de su primer juego comercial, y ya habían empezado a cogerle gustillo a las jams, pues habían participado en una Ludum Dare y habían quedado muy contentos con la experiencia y el resultado.
Habíamos recibido las inscripciones por correo electrónico diligentemente y las habíamos gestionado torpemente (todo hay que decirlo). Estábamos entusiasmados, pero también teníamos ciertas reservas. ¿De verdad iban a aparecer los participantes? ¿Cómo serían? ¿De verdad íbamos a echar un fin de semana completo haciendo juegos sin parar? ¿La gente se volcaría en el evento a pesar de ser gratuito? ¿Habría un apocalipsis zombie en el local y nos quedaríamos sin internet, sin luz, sin… papel higiénico?
Al final, las dudas que teníamos sobre el compromiso que iban a tener los participantes con el evento resultaron ser infundadas, y nuestra primera pequeña jam fue todo un éxito. Aquel fin de semana conseguimos construir un pequeño puente de vuelta, que conectaba ese extraño mundo virtual con el mundo real, en el que las personas no sólo comparten una pasión por un tema en concreto sino también un tiempo y un espacio físicos, y donde se conocen de una forma más humana.
El plano personal, desde mi punto de vista, es indiscutiblemente el más importante en un evento de desarrollo de juegos. Puedes salir con sensación de satisfacción de una jam después de haber conocido a gente interesante, habiendo hecho un juego no muy bueno; pero difícilmente tendrás una buena experiencia si has tenido roces con tus compañeros, por muy buen juego que hayáis conseguido hacer. Una game jam es un evento ideal para desarrollar y poner en juego tus habilidades sociales y comunicativas: saber proponer ideas, escuchar a los demás activamente, compartir tareas, sacar partido de las habilidades de cada miembro del grupo, etc. ¡Eso es difícil de aprender en un entorno de clase!
Por supuesto, vamos a una jam con un objetivo primordial: llevarnos un juego bajo el brazo cuando el fin de semana haya acabado. Si has participado ya anteriormente en alguna, seguro que tienes interiorizado El Mantra Único: “piensa en pequeño”. Una mecánica, un personaje, un escenario: se trata de hacer algo pequeño, divertido y redondo. Tu juego no debería basarse nunca en un concepto de cantidad, sino de calidad. ¡Siempre tendrás tiempo para añadir más contenido después de la jam! Conforme vayas teniendo más experiencia en jams, aprenderás a definir mejor tus objetivos y a dosificar mejor tu esfuerzo.
¡ Ahora es tu turno en Aula Arcade !
Participar en una jam como la de Aula Arcade, inscrita en un ambiente formativo y multidisciplinar tan abierto y fresco, es una gran oportunidad para conocerte mejor en tu faceta de desarrollador de videojuegos. Es una buena ocasión de combinar tus conocimientos y energías en algo que va un poquito más allá de los ejercicios de clase. La existencia de algo así hace seis o siete años en esta ciudad era algo absolutamente impensable: ¡estás en el momento adecuado, en el lugar adecuado! Aprovecha esta magnífica ocasión para divertirte aprendiendo, trabajando y compartiendo con otros compañeros. Quizás esta jam sea el primer paso, una pequeña semilla, para muchas otras experiencias que están por venir. ¿Quién sabe qué puede llegar después?
Por Sergio de Prado